Pequeños grandes cambios

Cuando sentimos que algo en nuestra vida se ha descolocado, desajustado o desdibujado y queremos recuperar el equilibrio, el orden interno y el brillo, solo necesitamos hacer pequeños cambios en nuestra rutina, en lo cotidiano. 

Lo primero, hacer un stop sin tiempo definido ni interrupciones ajenas y en el momento preferido para poder identificar la parcela que necesita el arreglo. El trabajo, el hogar, los estudios, las relaciones, los proyectos, el ocio, la salud, los sueños. Cómo me siento, qué quiero, qué no quiero. Teniendo claras esas respuestas será fácil saber qué hacer. 

Puede ser que nos parezca una utopía, una misión imposible, una fantasía o una tarea titánica y que esa percepción ensombrezca nuestro propósito de reformar, reconstruir, rediseñar nuestro plan vital. 

El truco está en hacer el cambio poco a poco, pequeños gestos imperceptibles para otros. Giros a poca velocidad para no salirnos en la primera curva. Subir un escalón y no toda la escalera. Vaciar un cajón y no el mueble entero. Tirar algo inservible en vez de acumular. Elegir un color que no sea negro o gris. Dejar de hacer lo que tanto coraje da y no es una necesidad. Decir no (por fin!) cuando no apetece o no queremos, no hay nada más liberador. Decir sí cuando lo pide el alma pero la razón impone siempre su no. Pasar un día libre sin hacer nada, sin remordimiento por el tiempo perdido porque no se pierde, se gana. Soltar el freno o frenar para reajustar la marcha. Dejar ese pensamiento recurrente y pesado, que aunque ya nos hemos enterado seguimos aferrados a él. Deshacer un enredo. Soltar un nudo apretado. 

Son pequeñas acciones con las que ponernos en movimiento y empezar a fluir por el río que nos llevará al océano donde navegar con libertad, determinación y confianza guiados por la brújula y el radar del alma. Y así conseguiremos grandes resultados.