Muchas veces pensamos en cómo nos organizamos, cómo nos programamos, cómo planificamos nuestra vida, tiempo para el trabajo, para tareas domésticas, para actividades de ocio, para quedar con la familia y los amigos. Y llega un momento en que nos falta tiempo, nos faltan horas, nos faltan días, nos faltan minutos y hasta segundos.

Ese afán de organización lleva a muchos a ser muy rígidos, muy estrictos a la hora de replantearse una agenda no encontrando hueco para cosas que realmente importan, cosas sencillas, espontáneas, inesperadas que surgen como de la nada, que no están planificadas. Y rechazamos encuentros, ratos de charla, paseos, sorpresas que llaman a nuestra puerta, cualquier cosa que aunque apetezca, aunque guste, aunque llevemos tiempo deseando, si no estaba previsto en nuestra agenda lo ignoramos o aplazamos.

Hay que aprender a ser espontáneo, a cambiar planes de última hora, a tachar cosas de la agenda, a vivir sin relojes, a aceptar lo inesperado porque la vida tiene que ser flexible, fluida, relajada, libre y espontánea.

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